Estos días es lugar común leer, escuchar y ver historias sobre dónde y cómo estábamos hace un año, y cómo nos ha cambiado la vida la declaración de la pandemia por el Covid-19, y las sucesivas olas que se han ido produciendo. Pocas personas pensarían (yo desde luego, no era una de ellas) aquel 13 de marzo de 2020 que un año después seguiríamos en situación de pandemia, con un elevado grado incertidumbre, enfilando el final de la tercera (y ojalá última) ola, preocupados por la vacunación y ocupados en intentar encontrar la solución a la terrible crisis económica y social que ha acompañado a la crisis sanitaria, y esperanzados por el maná europeo en forma de Fondos Next Generation.
Por ello, hoy he querido traer aquí un breve recuerdo a lo que ha supuesto este año en el ámbito de la administración pública, y poner en valor la gran labor realizada por muchas personas en la administración pública, con todos sus fallos, sabiendo que seguramente podía haberse hecho mejor, pero resaltando que la preocupación también asoló a toda la familia de los servidores públicos (o a casi toda) para intentar seguir adelante en inéditos escenarios, en un marco de inseguridad jurídica provocada por un BOE dominical y nocturno, y su interpretación y aplicación, y, por supuesto, a la propia preocupación por sus seres queridos.
En aquel momento teníamos sobre la mesa el Real Decreto-Ley 7/2020 de 12 de marzo, que contemplaba en su Capítulo V “Medidas para la gestión eficiente de las Administraciones Públicas” , momento en el que se cerraron las puertas, las calles y (casi) todas las administraciones públicas, se suspendieron los plazos administrativos, se suspendieron los contratos y se popularizó la contratación de emergencia, se envió a casa a los empleados públicos a “teletrabajar” (si a aquéllo se le podía llamar teletrabajar…) y sorpresa¡¡¡ se “descubrió” la administración electrónica (a la fuerza ahorcan). También nos acostumbramos a utilizar otros términos y conceptos como “desescalada”, resiliencia, nueva normalidad, confinamiento, etc.
Por eso, sin ánimo de exhaustividad podemos preguntarnos ¿Qué cambios se han producido en la administración pública como consecuencia de la Covid-19?
- Aceleración de la transformación digital. Se ha dicho hasta el infinito que la Covid-19 ha supuesto un importante efecto acelerador en la digitalización, en general, tanto sector público como privado. De acuerdo, pero todavía queda mucho por hacer, porque tal y como decíamos aquí, considerar que esta revolución es únicamente la transformación digital, con una visión basada exclusivamente en la utilización y el conocimiento de las tecnologías y herramientas digitales más sofisticadas, en la digitalización de los procesos, sería un error, pues al contrario, las nuevas tecnologías son la excusa, la coartada que origina esta revolución, que debe transformar la gestión pública, y acabar con los reinos de taifas, con las malas prácticas y las resistencias al cambio. Sólo ha tenido que venir una pandemia para darnos cuenta de que el canal digital es fundamental en la gestión pública, la Unión Europea lo ha tenido claro al fijar la transición digital como uno de los pilares del Mecanismo de Recuperación.
- Desmitificación (insuficiente) del teletrabajo. No hay espacio suficiente para hacer referencia a las múltiples noticias, estudios, investigaciones y opiniones que se han publicado sobre el teletrabajo durante este año. Lo positivo, se ha incorporado al marco básico en la regulación de las AAPP (Teletrabajo en las AAPP, de las musas al teatro: 5 claves para su aplicación ), que siempre podrá ser una potente palanca de cambio. Lo negativo, a pesar de lo sucedido y de que se consiguió salir adelante, sin parar (no nos lo podíamos permitir) seguimos en modo on con la presencialidad, la desconfianza sigue imperando en relación a este modelo organizativo. Tenemos que dignificar el teletrabajo frente a comentarios de todo tipo: (1)teletrabajar no es trabajar de verdad, (2) las personas están en casa cobrando un sueldo por no hacer nada, (3) por tomarse un café y (4)hacer que están conectados al ordenador (y esos son los comentarios más amables). No se puede consentir esta indignidad sobre el gran trabajo que han realizado tantos y tantos empleados públicos (lo desgranamos en ¿Por qué no gusta el teletrabajo?).
- Puesta en valor de las personas y de la Dirección Pública (FHN). No me cansaré de decirlo, las personas son el alfa y el omega de cualquier proceso, de cualquier organización, sólo el esfuerzo y compromiso de tantas y tantas personas que han dado lo mejor de sí mismas durante este tiempo (para muestra un botón) nos han permitido seguir adelante. Y para una adecuada gestión de personas, pieza clave en cualquier ámbito, las personas directivas deben tener claro que si el equipo no funciona, el castillo de naipes se caerá las correspondientes consecuencias, que son necesarios líderes con corazón. Y para ello es necesario contar con empleados públicos con alto grado de profesionalidad, y capacitación, sobre todo en la Dirección Pública profesional. Necesarios en todos los ámbitos pero, sin duda, en uno de los más importantes (sin entrar en la dimensión social y sanitaria), en el local, ámbito en el que por el principio de proximidad se revela como fundamental para toda la ciudadanía. Me refiero a los funcionarios de administración local con habilitación de carácter nacional, a los FHN: Secretarios, Interventores y Tesoreros de Administración Local.
- Consolidación de otras competencias profesionales. Lo de nuevas es una forma de hablar, la novedad es porque no se han tenido en cuenta. Porque en el fondo de la transformación digital y de la digitalización del sector público subyace una cuestión que es necesario plantearse, y es cómo afecta al empleo público. Óptica desde la que podemos identificar dos ámbitos: por una parte, la desaparición de aquellos puestos cuyas funciones pueden ser objeto de automatización, bien sea totalmente o en su mayor parte, y por otra, sobre las competencias que caracterizar a los empleados públicos en el S XXI, tanto las de carácter digital, básicas para un entorno electrónico, como las conocidas como soft skills, o competencias blandas, en alusión a aquéllas que permitirán aportar el valor que generan las personas públicas en ámbitos no digitales. Sobre ese nuevo modelo recomiendo los debates para repensar la selección del INAP con la Secretaría General de Función Pública. Porque otro modelo de empleo público es posible (con dirección pública, soft skills, dirección por objetivos, medición y evaluación, mejora continua…)
Un año después, seguro que hay mucho espacio de mejora, pero no podemos permitirnos subestimar el gran trabajo realizado por muchas personas, que seguirán al frente de la gestión sanitaria, social, de la seguridad de las personas, pero también de los que están en el backoffice, y su silente trabajo, sus noches, sábados y domingos, días sin fin intentando resolver tantas y tantas dificultades (especialmente compleja la situación de las mujeres). No sabemos ni cómo ni cuándo finalizará la pandemia, ni las limitaciones territoriales, ni las restricciones sociales…tampoco las cicatrices que dejará en todos nosotros, no es algo que forme parte de nuestro campo de acción ni decisión. Lo que sí forma parte de nuestro campo de acción y decisión es cómo podemos intentar mejorar la gestión pública, aportar nuestro granito de arena, para construir un modelo de gestión pública que no reconozca ni el mismísimo Romanones. Un año después, toca respirar y seguir, como siempre, intentando hacerlo lo mejor posible. GRACIAS