Se acaba el 2020 y como cada año la Fundéu (Fundación del Español Urgente) ha hecho pública la que consideran “palabra del año”, en este 202, concurrían a tal distinción las siguientes candidatas : coronavirus, infodemia, resiliencia, confinamiento, COVID-19, teletrabajo, conspiranoia, un tiktok, estatuafobia, pandemia, sanitarios, vacuna. Fácil observar un denominador común: Covid-19.
Finalmente la seleccionada ha sido “confinamiento”, una palabra cuya acepción ha tenido que ser modificada por la RAe, en su más reciente actualización del Diccionario de la lengua española (DLE) de noviembre del 2020, para ajustarla a la realidad que millones de personas en todo el mundo han vivido con motivo de la pandemia del SARS-CoV-2.
Por todas partes vemos resúmenes sobre qué ha sido este año y, lamentablemente, gira (no podía ser de otra manera) en torno a algo que ha absorbido todas nuestras fuerzas: el Covid-19. Porque la crisis sanitaria derivada de la pandemia de la COVID-19 es, sin duda, la protagonista del 2020 y las medidas implementadas para frenarla han cambiado radicalmente nuestra forma de vivir y de hablar. Pero frente a la pandemia, la crisis y el sufrimiento que ha traído (y traerá) el virus, yo hoy quiero quedarme con otra palabra, que me parece fundamental y más si hablamos de la gestión pública: RESILIENCIA.
La palabra resiliencia viene del término resilio, que significa “volver atrás” y que, según el diccionario de la RAE ofrece dos acepciones,
- f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
Creo que calificar al Covid-19 de “agente perturbador” sería de lo más acertado, y que hemos tenido que adaptarnos al más puro estilo Darwiniano es una realidad indiscutible. Pero no es el único sentido, la RAE nos ofrece una segunda acepción que, en términos de gestión pública, que me preocupa un poco más
- f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.
En particular, me preocupa la referencia a “recuperar su estado inicial”. En el caso de la administración puede ser volver al: siempre se ha hecho así, nunca se ha hecho así, clásicos a los que podría añadirse el “ya no estamos en pandemia”, para justificar el regreso a pretéritos momentos, al ya no es necesario el teletrabajo, ni lo digital, ya podemos trabajar presencialmente y en papel. Tampoco es necesario planificar las políticas públicas, su ejecución y rendición de cuentas, su impacto en la ciudadanía, en la economía, en el bienestar de la sociedad. La frágil memoria (de algunos) intentará justificar seguir con la gestión por ocurrencias, por la urgencia (política, no ciudadana), con tantos y tantos estereotipos que se hacen realidad cada día en muchas administraciones y que, parcialmente, el Covid19 ha permitido desterrar.
La falta de resiliencia en el ámbito de la gestión pública tendría graves efectos. En general, no ha sido así, con muchos defectos, dificultades, y resistencias, el Sector Público ha estado ahí, la sanidad, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, pero también los “burócratas”, que desde sus nuevos despachos (por obra y gracia del teletrabajo), han conseguido que los contratos públicos siguiesen garantizando el funcionamiento de los servicios básicos, aún en estado de alarma, que han abierto puertas y ventanas digitales para atender a una ciudadanía sumida en la preocupación y en la certidumbre. Gracias a un gran número de servidores y responsables públicos que lo han hecho posible, más allá de su mero deber profesional, poniendo todo su talento al servicio de la vocación.
Podíamos haberlo hecho mejor. Es verdad. Pero no debe servir de excusa para menospreciar el trabajo bien hecho, de miles y miles de personas, hay que poner en valor los resultados alcanzados, en ese balance del 2020, de un sector público que ha tenido que reaccionar ante lo imprevisible. Precisamente por ello, hemos sido plenamente conscientes del papel que juega y debe jugar el Sector Público, de la importancia de la gobernanza, y del impacto que la acción pública puede tener, la opción no puede ser ni un paso atrás, al contrario, aprender de los errores cometidos y seguir adaptándose para superar las dificultades. La propia Unión Europea parece tenerlo claro y ha salido, en mi opinión, reforzada en su papel de cohesión.
Porque más allá del estricto significado en términos de la RAE, en el ámbito de la psicología, la resiliencia hace referencia a la capacidad de las personas para afrontar y superar las adversidades de la vida, pero también, para aprender de ellas evitando que influyan de una forma negativa. Sin duda, ésta debería ser la dimensión de un sector público resiliente, que pone a la ciudadanía en el centro, capaz de afrontar los retos que presenta el momento actual que ha pasado de un escenario V.UC.A. en el que el agente del cambio era la tecnología, a otro en el que el agente del cambio ha sido una pandemia, dispuesto a tejer redes para atravesar el duro camino y construir un futuro mejor, un futuro centrado en la Agenda 2030, en los ODS.
Por todo ello, la resiliencia es la palabra del año en el Sector Público. Porque es global y transversal, frente a otras posibilidades que sólo afectan a cuestiones puntuales. La resiliencia es una capacidad que debe impregnar y hacerse permeable en la gestión pública, a través de las personas, siempre las personas, que son las que lo han hecho posible, que han trabajado sus soft skills para intentar hacerlo cada vez mejor. Personas que en el 2021 seguiremos trabajando por una administración resiliente, que tenga capacidad para afrontar, con rapidez y eficacia, las dificultades que puedan surgir, para superar la crisis, aprendiendo y aplicando las lecciones que este 2020 nos ha dejado para contribuir a la recuperación, desde ese liderazgo que el sector público debe ejercer. Por ello, en el 2021 seamos (más) resilientes.
NOTA: Esta entrada se ha publicado originalmente en Mundiario, disponible en el siguiente enlace