La transparencia ya no está de moda. No lo digo yo, es una especie de letanía que llevo escuchando más o menos hace un par de años en voz baja, y la verdad es que sin compartir ese diagnóstico, yo sí diría que ha sufrido un cierto estancamiento (incluso retroceso en algunos casos).
Para explicarme e intentar reforzar la cultura de transparencia expondré a continuación las 3 preguntas sobre las que giró mi intervención en el II Congreso de Transparencia, Participación Ciudadana y Buen Gobierno, en un panel compartido con Javier Morales y con la moderación del gran referente Miguel Ángel Blanes, organizado por la Diputación de Alicante, a los que felicito por seguir apostando por un tema neurálgico para la sociedad.
1.- La transparencia NO es una moda
La transparencia no ha pasado de moda porque, sencillamente, no es una moda. No lo fue nunca y no lo es ahora. Voy a intentar explicar la confusión, es verdad que tras la aprobación de la Ley 19/2013, de 9 de Transparencia, Acceso a la Información y el Buen Gobierno, se produjeron varios escenarios que daban un gran protagonismo a la transparencia. Por una parte, una hiperinflación normativa, con la aprobación de las normas autonómicas de transparencia y también ordenanzas. Por otra, con la creación de órganos de control, comenzando por el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, y demás homólogos autonómicos. Todo ello acompañado de congresos, seminarios y una intensa actividad de formación que generaba mucha atención y que poco a poco se ha ido apagando y ni tan siquiera su décimo aniversario ha reavivado.
Teniendo en cuenta que según el diccionario de la RAE una moda es “Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país”, de ningún modo puede aplicarse a un valor trascendental de la democracia como es la transparencia. La transparencia es, además, uno de los pilares del gobierno abierto, tal y como aparece reflejado en el IV Plan de Gobierno Abierto, donde además se conecta de forma directa con la rendición de cuentas, tal y como comentamos aquí.
2.- ¿Para qué se sirve la transparencia?
La segunda pregunta fue precisamente, para qué sirve la transparencia, cuál es la utilidad que tienen las obligaciones de transparencia. A lo largo de estos años me he encontrado con considerables resistencias que no parten de estar en contra de la transparencia, sino del desconocimiento. Empleados públicos, directivos y responsables políticos que no sólo no encuentran ninguna utilidad a cumplir con una gestión de transparencia, sino que, al contrario, creen que es una carga administrativa, un capa más de burocracia.
Sobre la utilidad de la transparencia tuve ocasión de pronunciarme en esta entrada en la que hablaba del triple valor de la transparencia, donde básicamente exponía 3 claras líneas:
- El primero, el valor legal. Porque, no nos olvidemos, ser transparente no es una opción para las administraciones públicas, es una obligación legal, un poquito de cumplimiento normativo, por favor.
- El segundo, el valor reputacional. Decía Louis Brandeis que “La luz del sol es el mejor desinfectante”. La falta de transparencia supone un grave problema para la gestión pública, porque genera desconfianza, y la falta de confianza representa un grave riesgo en términos de reputación institucional, que no nos podemos permitir.
- Y precisamente por esa razón, en tercer y último lugar, el valor instrumental de la transparencia. Directamente ligado con la eficiencia y la eficacia en la gestión pública. Directamente vinculado con el buen gobierno y la buena administración, porque la falta de transparencia, por ejemplo, en la contratación pública tiene un elevado coste.
3.- ¿Cómo avanzar en la gestión de la transparencia?
Ya he adelantado cómo una de las dificultades que presentan las políticas públicas de transparencia es la visión como una “carga administrativa”. Comentarios como “crees que no tengo otra cosa que hacer”, “esto no es cosa mía”, etc. Por ello, para avanzar en la gestión de la transparencia, consolidar lo ganado (que no es poco), y mejorar los estándares de cumplimiento, hay que tener un plan.
Sí un plan, pero un plan no es un documento infinito, lleno de buenos propósitos y cero concreción. Puede y debe ser una hoja de ruta sencilla sobre dos claves. La primera, el cambio cultural, exige que todas las personas en la organización, y fuera de ella, comprendan la importancia de la transparencia, conectada con una buena gestión, con la buena administración y que sepamos cómo hacerlo. La segunda, aprovechar las oportunidades de la tecnología, que nos permitirá automatizar la gestión de la información, optimizando tiempos y recursos, soslayando la “carga administrativa”, con la Inteligencia Artificial como aliada clara.
En definitiva un plan en el que se detalle el objeto, ¿qué queremos hacer? ¿cuál es nuestro modelo? ¿quién lo va a hacer? ¿cómo? Con un claro liderazgo, elemento base para que cualquier política se convierta en realidad, para establecer indicadores, y haciendo seguimiento para asegurarnos la mejora continua.
Para finalizar, en la parte de intervención del público me preguntaron si era necesario modificar la ley y como buena gallega que soy respondí que …depende. Depende, porque aunque las leyes no hacen milagros, lo que sí son es una poderosa palanca de cambio si cuenta con los mecanismos necesarios. Sí, mecanismos como un buen (y eficaz) régimen sancionador, porque, como suelo decir, la obligación sin sanción no es obligación sino recomendación.