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Personal directivo ¿bisagras de la administración?

Se acaba de publicar el último número de la Revista Catalana de Dret Públic, en el que he tenido la oportunidad de participar con un artículo sobre “El personal directivo en las Administraciones públicas: estado de situación y perspectivas de futuro del elemento “bisagra” de la gestión pública”.  Un tema, la Dirección Pública Profesional que sigue (lamentablemente) en la línea de tareas pendientes. Y digo lamentablemente porque la profesionalización de los niveles directivos en la gestión pública constituye un claro indicador de la calidad democrática de las instituciones por lo que, tras más de 15 años desde la aprobación del Estatuto Básico del Empleado Público es necesario reflexionar sobre el estado de situación y cuáles deben ser las características en la definición de la Dirección Pública Profesional.

El impacto de la profesionalización en la gestión pública y de contar con planos diferenciados en función del rol asignado ha sido puesto de manifiesto por Dahlströn y Lapuente, en su magnífica obra “Organizando el Leviatán”,  cuando señalan cómo los países en los que los sistemas articulan carreras separadas entre políticos y burócratas  tienen menos fallos de gobierno, una menor corrupción y una mayor eficacia en la gestión pública y en la provisión de servicio. Y no sólo eso, también muestran una mayor facilidad para abordar reformas que permitan una mayor eficiencia. No podemos decir que ése sea precisamente el modelo de carreras separadas el que caracterice en la actualidad el modelo de gestión pública en España.

En el ámbito de la administración pública y el desempeño de los burócratas (por utilizar la terminología de los autores citados), los directivos públicos juegan un papel fundamental, en aras al establecimiento de una función bisagra debe corresponder entre los niveles puros de gobierno y administración. Podemos afirmar que Dirección Pública Profesional (en adelante, DPP) como una “mediating institution”, que actúa de punto de contacto entre dos mundos o espacios, con la pretensión de servir de enlace entre dos ámbitos, la política y la burocracia con marcos muy distintos y percepciones muy diferentes, pero condenados a entenderse para la adecuada definición y ejecución de las políticas públicas. Es decir, una función bisagra.

Esta cuestión cobra especial relevancia en el momento actual, de crisis y recuperación, en el que resulta urgente que los directivos públicos puedan ejercer un fuerte liderazgo transformador. No son tiempos de Directivos públicos asintomáticos. Y para alcanzar ese objetivo transformador, además de la dimensiones de liderazgo y gestión, la función directiva profesional ha de actuar como bisagra entre la política y la administración, en su concepción de tramitación y proveedora de servicios. Para ello debe asumir un doble rol, el de advertir al político de los límites propios de la Administración para la ejecución de sus políticas públicas, siempre orientada a la consecución del interés público y alejada de capturas partidistas y electorales y dirigiendo a los funcionarios para interpretar cómo se han de concretar los objetivos o políticas públicas marcadas. Como resultado de su labor de gestión se llevará a cabo esa transformación que requiere un compromiso de cumplimiento, mediante el acuerdo de gestión y facilitadores de la transformación cultural de la gestión pública, en la dinámica de directivo-gestor.

La situación actual, marcada por la incertidumbre, la crisis y un conjunto de factores nuna anteriormente experimentados en este modelo de sociedad moderna, como son una pandemia y un conflicto bélico de graves consecuencias en términos de sostenibilidad, deben ser el factor definitivo que impulse una gestión pública dirigida desde un plano profesional. En ocasiones, son los factores externos los que generan oportunidades para la reforma del sector público con el fin de incrementar la productividad. En particular, estas oportunidades se aprecian asociada a las grandes crisis económicas, si bien los resultados son muy diversos, por una parte, algunos países, como Nueva Zelanda  o Dinamarca, han aprovechado las oportunidades de reforma que se han presentado, en tanto que otros, como Grecia o Italia, dejan pasar las mismas oportunidades sin reformar, o como España, que vamos maquillando las reformas, más estéticas que reales.

Para avanzar debemos apostar por la DPP.  Ante los retos que se abren en el momento actual, gestión del cambio, transformación digital, transición energética, gestión de los Fondos NGEU, debemos situar en el centro la urgencia en el desarrollo del nivel de dirección pública con carácter profesional. Hace ya aproximadamente un siglo que Max Weber (Economía y sociedad) señalaba  la importancia fundamental que dentro de las estructuras administrativas funcionariales tenía la definición de una función directiva altamente profesionalizada y designada al margen de la política y del parlamentarismo. Un siglo después “DPP ¿Quo Vadis?”.

NOTA: Para profundizar en esta materia puedes leer íntegramente el artículo en el siguiente enlace.