La Administración que merecemos


¿Qué tipo de administración pública tenemos? Y ¿qué tipo de Administración deberíamos tener? A lo largo de nuestra vida todos  interactúamos en múltiples ocasiones con la administración. Recibimos y solicitamos servicios de diferente naturaleza, pagamos impuestos, realizamos trámites, pedimos permisos, pero, lamentablemente, no siempre de un modo satisfactorio.

Estas relaciones se establecen con múltiples y variadas entidades. Desde el propio ayuntamiento, hasta la respectiva Comunidad Autónoma, pasando por las Diputaciones Provinciales, Mancomunidades, Consorcios, Entidades Locales Menores, Entidades instrumentales, hasta la Administración periférica del Estado, la Agencia tributaria, seguridad social y la administración de Justicia, entre otros. Pero aunque la personificación de la administración adopta diversas formas, a los ciudadanos solo les importa el resultado, con independencia de quién o qué administración sea la responsable.

Tradicionalmente identificamos administración con burocracia, con papeles, despachos, y funcionarios anticuados, con ventanillas que distan mucho del nuevo marco en el que está inmersa la sociedad. Pero la administración está cambiando, y además, es mucho más que papel, es Sanidad, Educación y Bienestar. Esto tres sectores de la gestión pública constituyen el triple eje que permite garantizar los derechos más básicos de una sociedad avanzada, de una administración de “nueva generación”, que debe adaptarse a nuevos paradigmas, y al nuevo entorno de relaciones del siglo XXI.

Y aunque contamos con un sector público con una gran potencialidad, éste debe afrontar los importantes retos que conlleva estar a la altura del momento actual, frente a una sociedad cada vez más legitimada y unos poderes públicos menos legitimados, de ahí que  toque revisar el modelo weberiano de administración para preguntarse cómo atender las nuevas demandas. La llegada de las nuevas tecnologías puede representar y debe representar un elemento facilitador en las relaciones ciudadanas con la administración, evitando desplazamientos y costes innecesarios. Pero ese es tan solo uno de los elementos a tener en cuenta, para conseguir la administración que los ciudadanos merecen: una administración innovadora, cercana a las personas, eficaz y eficiente, y basada en el bueno gobierno.

  • Una administración innovadora. En los tiempos del internet de las cosas y de la inteligencia artificial corremos el riesgo de identificar administración electrónica con innovación. No es así. La famosa transformación digital es una necesidad pero también una obligación legal y sin duda uno de los grandes retos que afrontar. Pero la administración electrónica no es por sí misma administración innovadora, tan solo es una herramienta de mejora, la innovación social debe ser la gran apuesta de la administración, generando valor público y reinventando los perfiles tradicionales
  • Una administración próxima a las personas. Cercana a sus problemas, pero no desde una posición de fuerza coactiva y de poder tradicional, en la que los ciudadanos se posicionan a modo de súbditos, sino desde la apertura de los procesos de toma de decisión, de una administración que promueve la participación de la sociedad, la escucha activa y que rinde cuentas de su gestión. Que abre sus puertas a través de la transparencia, la colaboración-participación y la rendición de ccuentas, una administración que encaje en las políticas públicas de gobierno abierto.
  • Una administración eficiente y eficaz. Que utiliza racionalmente los recursos públicos y optimiza su aplicación, pero no en términos puramente económicos y economicistas sino en termos de más y mejor servicio público, de servicios públicos de calidad, con especial atención a aquellos sectores más desfavorecidos, priorizando la construcción de una sociedad en igualdad de oportunidades.

En definitiva, ciudadanos y ciudadanas, la sociedad en su conjunto, merece (merecemos) una buena administración. Una administración guiada por un buen gobierno, con un funcionamiento basado en la transparencia como un valor insertado en su ADN, en la acción pero también en la decisión, presidida por ejemplares códigos de conducta y con la ética pública como timón que orienta los procesos de gestión y preside el día a día de todos los responsables públicos. Una administración que se ocupa y se preocupa de las personas. Que pasa de un posición reactiva a una posición proactiva, gestionando la demanda siempre a favor de las personas.

Porque buen gobierno es también buena administración y en su garantía debemos recurrir a todas las vías posibles, entre las que destaca el Compliance. Y conseguir así la administración del S.XXI: por el pueblo, para el pueblo, pero sobre todo «con el pueblo», con las personas.