En una ocasión, un estudiante preguntó a la reconocida antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. Dentro de las respuestas previsibles entraban las herramientas que habían hecho avanzar la humanidad, como el anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Sin embargo, nada más lejos, la antropóloga afirmó que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y apareció sanado.
La respuesta suscita otra pregunta ¿Por qué? Pues porque en el reino animal una pierna rota es sinónimo de muerte, pues no puedes procurarte comida o agua, ni huir del peligro, así que eres presa fácil de los depredadores que rondan por ahí. Es decir, no sobrevives el tiempo suficiente para sanar la fractura. Sin embargo, la aparición de un fémur roto que se había curado era la demostración de que alguien se había preocupado y ocupado de los cuidados necesarios de esa persona hasta que se recuperó. La antropóloga sitúa así el inicio de la civilización en la idea de una comunidad que se ayuda, en la que unos cuidan de otros.
Recupero esta anécdota en esta semana, en la que el ya famoso Carlos San Juan, promotor de la campaña “Soy mayor, no idiota”, entregaba más de 600.000 firmas, en apoyo a la pretensión de conseguir que los bancos brinden a las personas mayores una atención más humana, ante el descarnado escenario de abandono al que se han visto sometidos tras la pandemia. Con esta campaña, de momento, ha conseguido captar la atención de medios de comunicación, bancos, asociaciones de usuarios, del Banco de España y hasta del Ministerio de Economía. De hecho, tras la entrega de las firmas, y un encuentro casual (o no) con la Ministra de Economía, las principales entidades bancarias de este país han empezado a difundir nuevos protocolos de funcionamiento y la firme voluntad de proporcionar a las personas mayores (y no tan mayores) la atención que merecen, línea apoyada también desde las instituciones.
Traslademos ahora esta situación a la Administración Pública. Seguro que a muchos de ustedes les suena. La Ministra señalaba en ese encuentro que es una prioridad acompañar, apoyar a las personas más vulnerables y especialmente a los mayores, garantizando un trato personalizado. Nada que objetar. Ahora bien, este mismo mensaje debería aplicarse a la gestión pública, que tras la Covid y las restricciones sociales, ha generado dinámicas más propias de la desatención ciudadana que de la atención, las quejas y el clamor se han hecho patentes en todos los ámbitos, sanitario, empleo, burocracia, etc.
Una precisión. No se trata de renegar de la administración digital. Bienvenida sea. Se trata de ofrecer el mejor servicio público a las personas, el que necesiten. De hecho, los últimos estudios existentes (ONTSI) ponen de relieve una buena valoración de la administración digital por sus usuarios, ojalá siga mejorando (lo necesita bastante). Y es que en este tema hay una doble derivada. La primera, la usabilidad de los servicios públicos digitales, directamente relacionada con la facilidad con la que la ciudadanía puede utilizarlos y donde todavía existe mucho espacio de mejora. La segunda, el derecho a recibir, en un tiempo razonable y en condiciones de presencialidad, la atención que cada persona necesita. Se trata de cuidar de las personas, para seguir manteniendo la idea de civilización. Pensemos en la escena descrita por Margaret Mead, una persona con el fémur roto, rellenando un formulario on line para que le den atención médica, con mala conectividad, problemas de firma digital y sin nadie que le atienda al otro lado del teléfono. Los que sobrevivieron al inicio de los tiempos quizás no sobrevivirían hoy. Sería el fin de la civilización. Un gran valor, el de un fémur roto.
PD: Una versión de esta entrada fue publicada en El Correo Gallego, edición del día 13 de febrero de 2022