Ya tenemos ley de teletrabajo y para ello sólo ha sido necesaria una pandemia. Por supuesto es una ironía. Porque la nueva regulación del teletrabajo recientemente aprobada, tanto para el sector privado como para el sector público, se debe, no puede negarse, a la situación generada por el Covid-19, en la que el nuevo e inédito escenario de aislamiento social y, en consecuencia, la necesidad de seguir trabajando a distancia, se ha demostrado como una de las medidas de protección de la salud más eficaces, poniendo en valor y aconsejando explorar todas las ventajas que ofrece la digitalización.
Porque a pesar de habernos familiarizado con la cuarta revolución industrial, el entorno digital y la disrrupción tecnológica, la pregunta es ¿tendríamos ley de teletrabajo si no hubiese explotado una pandemia mundial? Es más, si no hubiese habido rebrote, ¿tendríamos ley de teletrabajo? Realmente ¿era necesaria una pandemia como catalizador? Podríamos ser idealistas y decir que no, pero la evidencia ha demostrado que sí. La emergencia sanitaria del Covid19 y la declaración del estado de alarma nos trasladaba a un claro protagonismo de la digitalización que está provocando numerosos (y no pretendidos) cambios.
¿Era necesaria la ley? A pesar de que la implantación forzosa del teletrabajo se realizó sin planificación, sin orden, sin conocimientos ni capacitación previa, y en un entorno de alta incertidumbre, había funcionado técnica y razonablemente bien y ahora tocaba ordenar y garantizar derechos y cumplimiento de obligaciones por todas las partes afectadas. Y no hablo de la regulación concreta aprobada, sino de que en nuestra cultura parece que sólo la incorporación al ordenamiento jurídico puede normalizar el teletrabajo, dotándolo de una vocación de permanencia y estabilidad más allá de situaciones de crisis.
Aprobada ya la normativa para el sector privado y la reforma legal para el sector público, queda ahora ver su recorrido y si finalmente limita sus efectos a situaciones de crisis o se consolida como lo que es, un modelo organizativo eficiente. La segunda oleada, los rebrotes, o como queramos denominar la situación actual ha impedido la vuelta a tiempos pretéritos que muchos echan de menos. Y ello a pesar de las ventajas que aporta el teletrabajo no se concentran en exclusiva en las personas que prestan sus servicios a distancia, sino que se extienden a la propia organización, al fomento de las nuevas tecnologías y la administración digital, pero también a la reducción del tiempo en desplazamientos, a la sostenibilidad ambiental, la Agenda 2030 y los ODS, con considerables impactos en la mejora de la conciliación del desarrollo profesional con la vida personal y familiar.
El teletrabajo es tan sólo un símbolo. La procrastinación, las resistencias al cambio enraizadas en una consolidada (y en ocasiones deficiente) cultura de presencialidad, y la inacabada transformación digital, por otra parte, representan obstáculos difíciles de salvar para gestionar los cambios profundos, auténticas transformaciones. Tan difícil que ha tenido que ser una pandemia mundial la que lo ha conseguido. El teletrabajo es un símbolo de la necesidad de abordar y revisar en profundidad el modelo existente, deberíamos aprender la lección e impulsar una verdadera transformación, la transformación cultural que, sin duda, contribuirá a sobrellevar los difíciles tiempos que tocan, aprovechando la oportunidad para avanzar. No, no necesitamos más pandemias.
PD: La presente entrada ha sido publicada como artículo de opinión en la edición del Faro de Vigo de fecha 29.09.2020 disponible en el siguiente enlacehttps://www.farodevigo.es/opinion/2020/09/29/pandemias-necesitamos/2346416.html